5.
Durante los meses siguientes acabé de confirmar que Chifuyu estaba hecho para seguir a Baji, había desaparecido todo rastro del huracán indomable que solía ser y se le veía más feliz, mucho más feliz. Me había acostumbrado a que apareciese prácticamente todas las veces que quedaba con Baji y no se en que momento paso de ser solo el amigo de Baji para convertirse también en alguien importante para mí.
Contra todo pronóstico él y yo teníamos muchas cosas en común, quizá no por las mismas razones, pero a ambos nos gustaban los mangas de romance, escuchábamos a los mismos artistas, aunque él a veces opinaba que algunos de mis discos sonaban como si estuvieran dado gritos contra un micrófono, y ambos teníamos una debilidad por el dulce.
Si antes ya era difícil que Baji accediese a ir a alguna pastelería a tomar algo, cuando descubrió que era intolerante a la lactosa se volvió un suplicio. Mi mejor amigo nunca ha sido una persona golosa, pero si además le sumamos que lo poco que le entraba por la vista no le entraba por el estómago, pues hizo que desarrollase una especie de aversión por el dulce que aún le dura un poco a día de hoy. Por no hablar de lo incomodo que era tener que ir a algún sitio y estar escuchando como le preguntaba a la pobre camarera cosas tan ridículas como si puede tomar café con leche. Ahora quizá tenga algo de sentido, porque hay muchos sitios que ponen leche sin lactosa, pero en aquella época bueno... en aquella época con suerte podía encontrar alguna que sirviese leche de soja.
El caso es que Chifuyu y yo en algún momento empezamos a hacer planes para ir a merendar a esos sitios que tanto nos gustaban sin él. Primero fue para probar un pastel de edición limitada, luego para hacer tiempo antes de una reunión un día que Baji tenía oculista y poco a poco las excusas ridículas fueron desapareciendo y acabamos haciendo planes para ir a merendar al menos una vez a la semana a sitios en los que Baji pocas veces aparecía.
Aun así él siempre se acercaba disimuladamente al mostrador y preguntaba si tenían algo apto para intolerantes a la lactosa con la excusa de llevárselo a su madre. Jamás le dije que sabía perfectamente que luego se pasaba por el apartamento de Baji para dárselo, sentía que si el no me lo quería decir no debía ser yo quien sacase el tema. Así que probablemente vaya a enterarse ahora mismo de que lo descubrí porque Baji guardaba como si fuera un tesoro todas y cada una de las servilletas de las pastelerías con la excusa de poder ir algún día, aunque en aquel entonces ya sabía que quizá ese nunca fue el motivo.
Pero no quiero hablar de Baji y su síndrome de Diógenes extraño con las cosas que le regala Chifuyu, sino de aquel... ¿doce? ¿diez? de Setiembre que hizo que aquellas sospechas que ya tenía sobre mis dos amigos se disparara por completo.
- ¿Haces algo el jueves?
La pregunta de Chifuyu me pilló desprevenido, no tanto por el hecho de salir juntos si no porque me lo pidiera él, siempre era yo el que le abordaba cuando Baji se alejaba un momento para preguntarle por sus planes y juntos buscábamos un sitio al que ir.
- Creo que no, ¿Qué propones?
- No se, - Chifuyu torció el labio y alzo la mirada. – podríamos hacer algo diferente, ya se me ocurrirá algo, tú solo resérvame el día, ¿vale?
Algo me extrañó de la conversación y no me di cuenta de lo que era hasta que vi el día propuesto en el calendario, el jueves era mi cumpleaños.
No es que le tuviera especial apego a ese día, ni mucho menos, para mi el dieciséis de septiembre era un día como cualquier otro, si que cuando era más pequeño mi madre solía comprar una tarta y hacerme soplar las velas antes de darme algún peluche como regalo. Pero desde que ella y mi padre empezaron a discutir se sentía como si ese día hubiese pasado a ser otro más en el calendario, en el que la mayoría de veces ni me felicitaba. Solo había vuelto a tener cierta ilusión por mi cumpleaños tras conocer a Baji, el solía sacarme de casa a hacer algún plan aparentemente improvisado pero del que era consciente que había planeado con demasiada antelación para que fuera perfecto, luego me felicitaba y me daba algún detalle que guardaba como si fuera mi tesoro más preciado. El primer año fueron los pendientes de Junpeke y luego le siguieron algunos llaveros de gatitos, un amuleto y algunos mangas que no eran para nada mi estilo y que probablemente Baji compró confundiéndolos con otros. A decir verdad, se había convertido en una especie de tradición pasar ese día únicamente con mi mejor amigo, por eso pensé que, en cuanto me propusiera un plan para ese día, le diría amablemente a Chifuyu de dejar nuestra merienda para otro día y que se uniera a cualquiera que fuera la idea de Baji.
Por desgracia los días pasaban y, a diferencia de los años anteriores, no había llamado a mi teléfono para decirme un lugar o una hora para vernos, ni siquiera había insinuado nada, a decir verdad, apenas había sabido nada de él en los últimos días. Así que, cansado de esperar, fui yo quien marqué su número el miércoles dispuesto a que me dijese algo para poder comentárselo a Chifuyu.
- ¿Tora? – preguntó extrañado. - ¿Pasa algo malo? Estoy estudiando
Supongo que no era de extrañar, yo prefería los SMS a llamar y, si lo hacía, solía ser de noche para preguntarle como le había ido el día.
- No, nada malo, solo llamaba para preguntarte si te apetece hacer algo mañana.
- ¿Mañana? Es jueves, Tora, sabes que a mi madre no le gusta que salga si hay clase al día siguiente
- Lo sé, pero...
- Además, estoy de exámenes. – me cortó. – Tengo uno muy importante y no puedo suspender.
- Ya, pero... - Antes de continuar la frase del otro lado del teléfono se escuchó un ladrido. – Espera, ¿eso es un perro? ¿Estas en la calle, Kei?
- No, ya te he dicho que estoy estudiando, es el perro del vecino. No puedo quedar mañana pero si quieres podemos vernos el sábado antes de la reunión. ¿Te parece?
- Supongo, pero...
- Tengo que colgar, Tora. Nos vemos el sábado.
Sin dejarme decir nada más, escuché el pitido que indicaba que la llamada se había cortado. Suspiré con fuerza sin poder creerme que Baji ni siquiera se estuviera disculpando por no pasar mi cumpleaños juntos. Me dejé caer sobre la cama intentando no darle demasiadas vueltas, intentando pensar que tampoco era un día tan importante, a decir verdad, antes de conocerle tampoco lo había sido, ¿no? No es como si no pasar un cumpleaños juntos fuese a romper por completo nuestra amistad, ¿verdad? Era algo absurdo y aún así sentía como se me apretaba el corazón. No recuerdo bien si tras esa conversación me perdí un rato con la moto o si apagué la luz y me puse a dormir ya que ambas eran cosas que hacía cuando sentía un vacío en mi interior.
Al día siguiente mi madre no me felicitó, tan solo recibí un mensaje de Pah y un par de llamadas de Draken y Mitsuya haciéndolo. No hubo un mensaje de Baji, ni una llamada y era como si ese vacío que se había apoderado de mi se fuese haciendo cada vez más grande, tanto que estuve a punto de cancelar mis planes con Chifuyu. Cuando llegué al sitio acordado le vi mirando el móvil despreocupado, vistiendo aún el uniforme escolar. Él tampoco me felicito, no es como si tuviera que hacerlo, tampoco recordaba haberle dicho cuando era mi cumpleaños, pero eso solo agravó aquel sentimiento de tristeza,
- Kazutora, ¿te encuentras bien? – preguntó extrañado. – Haces mala cara.
- No, tranquilo, todo bien, creo que solo necesito algo de azúcar. – le mentí fingiendo una sonrisa, porque llegados a ese punto tampoco quería que Chifuyu se sintiese mal por algo que claramente no era su culpa. - ¿Dónde vamos a ir hoy?
- A un sitio que he visto cerca de la estación de Shibuya, es un poco caro pero me han dicho que merece la pena.
- ¿La que tiene el letrero negro y dorado? – él asintió y sentí como me faltaba el aire. – Chifuyu es carísima, no llevo tanto dinero encima.
- Tranquilo, puedo prestarte un poco, la verdad es que tenía muchas ganas de ir y como siempre está a reventar he tenido que llamar para reservar.
- ¿Y vas a ir con el uniforme?
El miró hacía abajo y luego volvió a dirigirme la mirada con la sonrisa torcida.
- ¿Qué tiene de malo?
- No puedes ir a un sitio así vestido con el uniforme de un instituto público.
- No es que tú vayas mejor que digamos.
Miré mi ropa frunciendo el ceño sin entender que tenían de malo mis pantalones negros y mi camisa estampada con flores, lo había escogido precisamente para la ocasión, era mi conjunto favorito.
- ¿Qué le pasa a mi ropa?
- Que pareces un pandillero.
- Soy un pandillero, Chifuyu. – le corregí. – Y por si lo has olvidado, tú también lo eres.
- Ya lo sé, idiota, pero tú mismo lo has dicho, no podemos ir a un sitio así vestidos como vamos. ¿Y si tienen derecho de admisión? ¡Se te ve el tatuaje!
- Chifuyu, es una cafetería no un onsen.
- ¿Y qué? – suspiré y pude ver durante un segundo como rodaba los ojos. – Mira, da igual, pasamos un momento por mi casa y nos cambiamos de ropa, ¿si?
- Puedo ir a la mía y vernos ahí directamente.
- No dará tiempo, la mía esta más cerca, puedo dejarte algo. – le miré de arriba abajo y chasqueé la lengua. Chifuyu debía usar como una o dos tallas menos que yo, cualquier cosa que me dejase me iría pequeña.
- No tenemos la misma talla.
- Creo que tendré algo, no te preocupes, si a Baji le viene a ti también.
Sentí una punzada tan grande en el corazón en ese momento tras la mención de mi amigo que ni siquiera me preocupe de como sabía Chifuyu que su ropa le iba a mi mejor amigo.
- ¿A que hora tienes la reserva?
- Pues... - Chifuyu sacó su móvil y sonrió de manera muy sutil a la pantalla antes de asentir más para si mismo que para mí. – Da tiempo si vamos ya.
Chifuyu recorrió las calles que separaban nuestro punto de encuentro y su casa de una manera un tanto extraña, según él ese era el camino más corto, pero a mi me dio más la sensación de que pretendía evitar las calles principales. Sabía lo problemático que era Chifuyu peleando y la extraña necesidad de la primera división de meterse en problemas por su cuenta, así que no me extrañó en absoluto que tuviese que callejear para llegar a su casa evitando alguna banda que hubiese por la zona.
Cuando llegamos al edificio sentí como el pinchazo de tristeza que me había invadido durante todo el día se hacía más insoportable. Miraba a todos lados buscando a Baji, no se si pretendía no encontrármelo, verle y acercarme para darle una bofetada o hacer que me abrazase con fuerza y me pidiera perdón.
- Esta estudiando. – dijo sabiendo perfectamente que buscaba con la mirada. – Estamos de exámenes importantes.
- ¿Tú no estudias? – se encogió de hombros.
- Yo voy bien, prefería desconectar un rato, creo que si miro tanto rato los apuntes al final se me quedan menos que si solo de dedico un par de horas al día.
Sonrió y no se que vi en aquellos labios que hizo que me derrumbase por completo. Lo primero que noté fue como la nariz me moqueaba un poco, pero cuando los ojos me empezaron a escocer supe que, o me desahogaba en ese instante con Chifuyu o en cuestión de segundos sería un mar de lágrimas, mocos y sollozos.
- Conocí a Kei hace unos años, en esta misma fecha, – comencé, haciendo que se detuviera antes de abrir la puerta que conducía a su casa. – el dieciséis de septiembre siempre fue una fecha complicada para mi y ya entonces intentaba pasar el menor tiempo posible en casa. – ni siquiera sabía porque le estaba diciendo esto, supongo que tenia demasiado pesar encima. – En aquellos días yo estaba perdido en la vida, me rodeaba de gente que decían ser mis amigos y no lo eran, no fue hasta ese día que supe lo que era tener un amigo, uno de verdad. Desde entonces todos los años pasamos este día juntos, el planea alguna cosa que podría fácilmente acabar en una noche en comisaria y yo le sigo sin rechistar.
- Kazutora...
No me di cuenta de los ríos que caían por mis mejillas hasta que no escuché la voz de Chifuyu. Sorbí por la nariz y fingí mi mejor sonrisa antes de secarme las lagrimas y hacer un gesto con la mano para restarle importancia.
- ¿Supongo que no es para tanto verdad? – noté como Chifuyu abría la boca para decir algo y le detuve con la mano. – No pasa nada, solo es un día más, no creo que olvidar una fecha signifique que algo le esta pasando a nuestra amistad o que ya no soy tan importante para él, o...
- Kazutora, - dijo esta vez con un tono más autoritario, sin mirarme volvió a introducir la llave en la puerta y soltó un largo suspiro. – Baji puede ser muy despistado en algunos temas y muy despreocupado con otros, – me miró por encima del hombro y esbozó una discreta sonrisa antes de abrir la puerta lentamente y con cuidado. – pero si esperas que olvide una fecha tan importante para vosotros como es tu cumpleaños estas muy equivocado.
La puerta se abrió lentamente, o al menos yo lo percibí así, como si el mundo hubiese pasado a girar en cámara lenta, nunca había estado en casa de Chifuyu pero el hecho de que fuese completamente idéntica a la de Baji hizo que tuviese la sensación de que había visto esa habitación cientos de veces. Si soy sincero no se que vi primero si la persona que estaba sentada en el sofá viendo no se que programa en la tele o la caja negra y dorada que había frente a él.
Baji tardó unos segundos en reaccionar desde que se abrió la puerta, los suficientes como para que yo pudiese empezar a procesar lo que estaba pasando, se giró hacía nosotros con una sonrisa mientras se ponía de pie.
- ¡Felicid... - su expresión cambio de repente al verme. – Tora, ¿estas bien?
Las lágrimas que creía controladas estaban cayendo desenfrenadamente por mis mejillas mientras Chifuyu ahogaba una risa. No soy una persona de lágrima fácil y en ese entonces lo era menos aún, pero supongo que el miedo al abandono era algo que me pesaba mucho en esa época y ver que había estado equivocado todo el tiempo y que ni siquiera me había olido que estaba siendo engañado me provocó una sensación que era una mezcla extraña entre alivio, felicidad y rabia que tardé un par de minutos en aplacar. Chifuyu se excuso diciendo que tenía que ir al baño y nos dejó a solas un momento en su recibidor mientras yo intentaba calmarme y mi mejor amigo averiguar que es lo que me había puesto así.
- Eres idiota. – fue lo primero que logré musitar.
- ¿Por qué? Quería darte una sorpresa y...
Aproveché su confusión para abrazarle con todas mis fuerzas. Respondió mi abrazo y no dijimos nada más, no hizo falta. Estuvimos así suficiente rato como para que captase por el rabillo del ojo como Chifuyu salía del baño y nos miraba con una sonrisa. Sabía de sobras que el era una persona a la que no le gustaba demasiado el contacto físico, aún así abrí uno de mis brazos rompiendo ligeramente el abrazo para hacerle el gesto de que se uniera. Hubo un pequeño intercambio de gestos en los que el negaba y yo insistía que hubiese sido más largo si Baji, quien estaba de espaldas no hubiese intuido lo que pasaba.
- Chifuyu, no va a parar hasta que no vengas asi que deja de hacerte el remolon y únete al abrazo para que termine lo más pronto posible y podamos comernos el pastel.
El rubio chasqueó la lengua antes de sonreír y abrir los brazos para unirse a nosotros. Fue el primer abrazo de muchos que nos daríamos los tres y pese a que costó empezarlo fue mucho más difícil romperlo. Ya entonces se sentía como si hubiera algo entre los tres que nos uniera.
Chifuyu fue el primero en separarse de nosotros, miró el reloj que colgaba de su comedor justo antes de volver la vista al pastel que aún estaba sobre la mesa.
- Sentaos en el sofá, voy a traer unos platos.
Mi vista se desvió brevemente hacia la caja y escuché como Baji ahogaba una risa, sabiendo exactamente lo que estaba pensando.
- Es una tarta de queso con sabor a fresa, me han asegurado que aún siendo de queso no tiene lactosa y con lo que nos ha costado más les vale.
- ¿Por qué habéis ido a esa pastelería? Es muy cara y no teníais que regalarme nada.- Baji arrugó el entrecejo.
- ¿Ah? La tarta no es tu regalo de cumpleaños, es solo la merienda. – rodó los ojos. – Ahora te traigo tu regalo impaciente.
Baji suspiró y se dirigió hacia lo que suponía que era el cuarto de Chifuyu. El dueño de la casa sonrió mientras dejaba los platos sobre la mesa y colocaba dos velas en la tarta.
- No tiene espera, lleva dos semanas esperando este momento, no se ni como no te has dado cuenta.
- Porque el no suele ser tan cuidadoso, suele decirme sin querer que me ha comprado. Se nota que le has ayudado con esto. – Chifuyu se encogió de hombros.
- Lo planeó todo él, yo solo he sido la distracción.
- No mientas, Chifuyu, – dijo desde atrás nuestro sosteniendo un pequeño envoltorio de regalo con forma de sobre. – el fue quien tuvo la idea del pastel y de trabajar paseando perros para poder pagarlo y...
- ¡No es verdad! – se apresuró a decir un poco sonrojado. – Tú querías hacerlo y yo solo te propuse sitios y formas y...
- Y estuvo allí en todo momento, planeo como hacer que no te dieses cuenta - dijo más para mi que para Chifuyu. – y fue el quien escogió esto.
Me tendió el paquete que abrí con sumo cuidado. En su interior había una de esas camisas que tanto me gustaban, solo que el estampado tenía un tigre que recorría prácticamente toda la camisa por la espalda y algunas formas abstractas en la parte delantera. Estoy seguro que si hubiese sido alguien como Takemichi hubiese roto a llorar en ese mismo momento por segunda vez, pero en su lugar les dediqué una enorme sonrisa y me la puse por encima de la que ya llevaba para enseñársela.
- Es totalmente tu estilo. – rio Baji. – Ya estoy viendo a Mitsuya echándose las manos a la cabeza cuando te vea aparecer con ella.
- Es genial, me encanta.
Abrí los brazos para obligarles a darme un abrazo de nuevo, pero antes de que pudiese decir alguna palabra que acompañase el gesto el sonido de un mechero me hizo girar la cabeza hacia Chifuyu, quien estaba encendiendo las velas y entonando las primeras notas del cumpleaños feliz.
Siempre había odiado mi cumpleaños y aunque Baji se había encargado de hacer que eso cambiara, nunca antes lo había sentido como un cumpleaños de verdad, nunca me había hecho soplar las velas y nunca había tenido que pedir ningún deseo. Estaba feliz, muy feliz, así que por primera vez en la vida, rodeado de las personas que ya se estaban convirtiendo en las dos más importantes de mi vida no tuve dudas de cual sería el deseo que pediría.
Porque no había nada que desease más que nuestra amistad durase eternamente.
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