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Slug

—¡Ya, son, las, diez, y, media! —pronunció Mitsuya antes de dirigir su puño a la mejilla de Baji, y este sintió un escalofrío recorre su cuerpo, por lo que cerró los ojos esperando el impacto ya que era algo tarde, pero como Kazutora no se dió cuenta, pasó justo entre los dos en ese momento, recibiendo entonces el golpe él.

El de mechas cayó sobre Baji, y Mitsuya vió con sorpresa al chico, no había tenido intenciones de pegarle a él, ya que normalmente, Kazutora siempre estaba lleno de curas en su rostro, brazos o piernas -que eran las que ellos habían logrado ver-, cubriendo heridas que según él, se hacía cuando a veces tenía discusiones con otro chicos en la calle, por eso prefería golpear a Baji. Ellos siempre le creían, pues Kazutora vivía en un lugar bastante problemático, Baji era testigo de aquello, pues varias veces le había acompañado a su casa, que era en un complejo de apartamentos, solo que nunca había pasado, Kazutora siempre ponía una excusa.

—¡Oh!, ¡Kazutora, pero cómo se te ocurre! —soltó apresurado a ayudarlo, agachándose a su altura.

Baji sentía el peso de Kazutora sobre él, y al momento que ambos se sentaron un poco, el de mirada ámbar quedó sentado entre sus piernas.

Kazutora aún no abría sus ojos, sintiendo su mejilla arder y doler al mismo tiempo, Mitsuya era de mano pesada, eso siempre lo supo, pero nunca había recibido un golpe de él a esa edad, y en esos instantes su piel era más débil que en su adolescencia, por lo que rápidamente la zona se tornó bastante roja.

Baji le miró preocupado pero divertido a la vez, acercando su cabeza por encima del hombro del chico, tratando de ver su mejilla.

—Jajaja, Tora, ¿no viste a Mitsuya?, bien te dije que nos golpearía —rió un poco, viendo al apartar las manos de Kazutora la zona golpeada.

—Agh, ¿quién demonios...? —abrió sus ojos con molestia, pero en seguida que vió el rostro delante de él su expresión se relajó, aquel pelimorado le veía con serenidad, una sonrisa leve por lo anterior sucedido adornaba sus labios—. Mitsuya —susurró, sonriendo de igual forma, Baji viéndole extraño, pues le veía con un nuevo brillo en sus ojos, como si estuviese viendo a un amigo que no veía hace años, cuando en realidad se habían visto el día anterior.

—¿Y nuestros uniformes? —el pelinegro sonrió, en el fondo, solo tratando de alejar la atención de Kazutora de Mistuya, y lo consiguió, porque el del tatuaje de tigre comenzó a levantarse del suelo, él lo imitó al igual que Mitsuya.

—Los trae Mikey, pensamos que ya no vendrían o algo, y ellos tenían cosas que hacer, Mikey era el que vivía más cerca de tu casa por lo que se los dejé, deben ir a recogerlos —informó el de cabellos morados, viéndoles con su usual mirada tranquila—. A las cuatro iremos al parque cerca de la escuela, ya a esa hora deben tener sus uniformes eh —dijo mientras achicaba sus ojos, analizando sus expresiones, ellos sintiendo su piel erizarse ante sus acciones, definitivamente debían ser puntuales si no querían que volviese a golpear a Kazutora—. Nos reuniremos allí para celebrar que ya tenemos nuestros uniformes, y les tengo una sorpresa, esa también se las mostraré allí —sonrió, ellos suspirando aliviados al verle cambiar su expresión a una más tranquila.

—Estaremos allí —prometió Baji, parándose en firme de inmediato.

—Más les vale —susurró, con una mirada de advertencia, entonces comenzando a marcharse, dejándoles solos.

—¿Vas a ir a tu casa y luego nos encontramos en casa de Mikey para recoger los uniformes, y después ir al parque?, ¿o qué harás? —le preguntó Baji a Kazutora en cuanto perdieron a Takashi de vista, estando ambos en le acera cerca de aquella cafetería.

Kazutora lo pensó un poco, no recordaba bien la situación en la que actualmente estaba en su casa, y los golpes en su abdomen no eran para nada una buena señal. Comenzó a preocuparse, Baji le veía curioso, esperando su respuesta, y los nervios en él crecían bajo su intensa mirada, entonces solo saliendo balbuceos de entre sus labios.

—No, bueno, sí, es decir, no quiero pero... mejor voy contigo... no lo sé, yo no... —su voz temblaba, y Baji le veía con mucha preocupación, desde que amaneció actuaba extraño, ahora volvía a verle con el mismo terror que cuando estuvieron en el baño, y le dolía, ¿por qué le veía así?, era su mejor amigo, se supone que no debía temerle, le molestaba que fuese así, ¿por qué de la noche a la mañana había cambiado tan drásticamente?

En realidad eso no lo priorizó ahora, no quería presionarlo, pues a juzgar por sus acciones y su mirada estaba asustado y preocupado por algo.

—Hey, tranquilo, ¿por qué tan nervioso de repente? —quiso subir su mano a su mejilla, pero un pequeño salto de nervios se apoderó de su estómago, entonces solo la colocó sobre el hombro del contrario, frotando su piel sobre la tela, buscando brindarle seguridad, después de todo, si sabía que Kazutora era bastante inseguro.

—¡N-no estoy nervioso! —rió fingidamente—. ¿De qué hablas? —se alejó unos pasos, sus ojos cerrándose ante su amplia sonrisa, pero Baji lo notó, era demasiado falsa como para él no darse cuenta, pero solo lo dejó pasar, seguro solo estaba así por como se levantó, y pensó que mientras levantaba el día quizás cambiaría de humor.

—Claro, como tú digas.

El más bajo maldijo en su mente, Baji y él eran muy apegados, sabía que ya se había percatado de su cambio de personalidad y su actitud fuera de lo normal.

Ambos se dirigieron a la casa de Baji, el camino transcurrió en silencio, Kazutora ya no podía estar quieto sin querer tenerle cerca, acercarse a él, aunque sea sentir el roce de sus pieles, y rezaba en su mente que llegasen rápido, porque de no ser así haría una locura, y solo era el primer día.

Y como si el universo lo hubiese escuchado pronto vió la casa del pelinegro, poco después ya estaban en su habitación, Baji viendo la televisión comiendo el Peyoung Yakisoba que tanto le gustaba, llevando a su boca los fideos con aquellos palitos, Kazutora no había aceptado comerlo, pues desde luego le había ofrecido.

Las horas transcurrieron rápido, tuvieron que alistarse a las tres de la tarde para salir hacia casa de Mikey, si querían llegar puntuales al parque con los demás, debían ir una hora antes a casa del rubio.

Kazutora trató de no pegarse mucho al cuerpo del azabache cuando montaron juntos en la misma moto, pues la de Kazutora estaba en su casa, por lo que tuvieron que ir juntos en el mismo vehículo.

Aquel agudo timbre sonó en toda la residencia de los Sano, rápidamente un chico de cabellos negros y ojos de igual color, bastante mayor comparado con ellos, se acercó a la puerta, sin embargo, su hermano menor corrió hacia allí.

—¡Abro yo! —anunció infantilmente, hablándole con diversión en una mirada fugaz, y el más alto rió, aceptando y yendo de nuevo hacia su otra hermana, rubia y de ojos azules, quien movía sus pequeñas piernas que colgaban en la silla al no llegar abajo por su estatura, pronto sería su examen de matemáticas y estaba siendo ayudada por el joven Shinichiro.

—Mikey —pronunció Baji en forma de saludo, el rubio le sonrió serenamente, levantando su mano en respuesta, entonces dirigiendo su mirada hacia Kazutora, y este solo le veía con un extraño brillo en sus ojos, Baji lo notó, era justo como había observado a Mitsuya, pero esta vez había algo más, ¿tristeza?, ¿nostalgia?, no podría decirlo bien, sus ojos reflejaban muchas emociones al mismo tiempo, y una sonrisa boba adornaba sus labios.

—¿Cómo estás Kazutora? —preguntó el más pequeño, y el chico pareció salir de su trance, avergonzándose unos instantes al darse cuenta que le había estado viendo fijamente.

—Bien, ¿y tú?

—Me alegro por ti, estoy bien, ¡pasen ya!, ¡tienen que ver los uniformes! —exclamó, dispuesto a salir corriendo y dejar la puerta abierta para que le siguiesen, sin embargo, se detuvo en seco cuando se dió la vuelta, como arrepintiéndose de algo—. Ah no, esperen aquí —pronunció al mirar a lo lejos a su hermano mayor junto a su hermana, entonces les dedicó una sonrisa a sus amigos, luego entrando en su hogar, seguramente iría a buscar los uniformes, y Kazutora lo recordó, Mikey siempre fue muy celoso con su familia, si es que así podía describirse, por eso fue que él no conoció a Shinichiro aquel fatídico día, por eso cometió aquel delito, pero no quería culpar ese simple hecho, la culpa era suya, no de Mikey, y no podía creer que él dijese eso en ese tiempo, sabiendo como fue en el pasado.

—Este siempre es igual —escuchó la queja de Baji, sus ojos en blanco le hicieron reír levemente, pero en el fondo solo pensando algo, Shinichiro estaba a unos cuantos metros de él, solo que detrás de aquella puerta—. No sé por qué siempre es tan cuidadoso con su familia, ni que los fuésemos a matar —soltó burlón, a pesar de que él y Draken si conocían al Sano mayor.

—Lo considera algo muy preciado, es como su tesoro —afirmó Kazutora sonriéndole a la nada, Baji le miró extrañado, solía ser muy tonto como para reflexionar así, además, lo había afirmado, no supuesto.

Definitivamente pasaba algo.

Y cuando estuvo a punto de hablarle, fue interrumpido por aquel ojinegro, quien traía entre sus manos dos piezas de ropa, y se las extendió con su sonrisa más brillante que el sol, y miren que hacía calor.

—¡Aquí están! —exclamó con emoción, y ellos los tomaron, estirandoles hacia abajo para verlos completos, eran justo como Kazutora los recordaba, un mono completamente negro con algunas frases en amarillo.

—Capitán de la primera división —leyó Baji la parte trasera del suyo, una sonrisa en sus labios que no quería borrarse.

—Subcapitán de la primera división —leyó el tatuado de igual forma, solo que más en susurro, y no sabía por qué pero desde que tenía ese cuerpo era más tímido, y de no ser así tendría que finjir serlo, porque sería demasiado sospechoso si dejaba ver su verdadera y actual actitud—. ¿Siquiera hay gente para hacer divisiones? —formuló, dejando a Baji dirigiéndose una mirada de "¿en serio?" porque no creía que de la nada estaba siendo razonable.

—Se irán acomodando con el tiempo, haremos crecer el equipo —sonrió el de ojos oscuros y ellos asintieron ante la idea, sus mentes creando fantasías acerca de la pandilla ya lo suficientemente grande como para abarcar todo el santuario Musashi, dónde siempre se reunían, Kazutora solo recordando los buenos tiempos.

—¡Ya son las tres y media! —anunció Baji con un toque de sorpresa en su tono al mirar el reloj de su móvil, debían ir yendo hacia donde se reunirían ya.

—Más les vale apresurarse, Mitsuya les dió un buen regaño, ¿no? —los oídos de Kazutora se vieron inundados por aquella voz firme, voltearon todos sus rostros, chocando con los ojos de aquel rubio con un tatuaje de dragón en su sien, sus ojos se iluminaron al verle, su pecho doliendo en el fondo al recordar que él ya no estaba en su futuro. Y quiso gritar su nombre y abrazarle, pero algo se lo impidió.

—¡Kenchin! —exclamó Mikey con alegría, acercándose unos pasos hacia él.

El rubio los saludó y poco después entró a la casa de los Sano, pues Mikey quería que lo ayudase a peinarse, cabe decir que Kazutora ni Baji pasaron, sino que se quedaron afuera.

—Llevamos más de quince minutos parados aquí y ese imbécil no nos deja pasar, deja que le cuente a Shinichiro-san a ver qué hace —decía Baji con sus ojos en blanco, sin embargo, fue interrumpido por la voz de Mikey al abrir la puerta.

—¡Ya estamos! —anunció el rubio, saltando en cada paso que daba, un aura infantil rodeándole, Kazutora le siguió con la vista, una expresión divertida en su rostro, el Mikey pequeño era realmente lindo, su carita parecía tan cuidada, ni un solo rasguño en ella, a diferencia de los demás que siempre se metían en peleas, pero no era que Mikey no lo hiciera, era que nadie lograba dañarle.

—Llegaremos tarde par de idiotas —escupió Baji sus palabras mientras se dirigía a su motocicleta, y como Kazutora iba tan relajado tras él que iba rápido, tomó su mano en un impulso de hacerle caminar, y lo impulsó con poco cuidado al asiento trasero, en un segundo la moto fue encendida y comenzaron a avanzar, claramente, escuchando las quejas de Mikey para que los esperasen, pero a  Baji importándole poco.

Y justo en ese instante que la moto había arrancado, el impulso hizo que Kazutora, quien no había estado preparado, se fuese hacia atrás, y casi a punto de caerse Baji sostuvo su mano, jalándole hacia su espalda, el tatuado aferrándose inconscientemente ante el susto, un salto de nervios haciéndose presente en su estómago.

—¡Baji!, ¡idiota! —se quejó, sosteniéndose sin abrir los ojos aún, y al no recibir respuesta del pelinegro alzó su mirada, extrañándose de no escuchar un insulto de su parte, y dándose cuenta que no podría verle desde su posición observó hacia el espejo retrovisor, entonces encontrando su rostro allí, y sus mejillas se calentaron al verle, con un rubor en su rostro y observando la carretera, una expresión serena, aún sosteniendo su mano.

Su corazón latió con fuerza, lo sentía allí, fuerte contra su pecho, una calidez de pronto lo envolvió, y ya acostumbrado a abrazarle, se aferró más, Baji emitió un suspiro ahogado en sorpresa, sintiendo la cabeza de Kazutora en su espalda, y se sintió extraño, porque su ritmo cardíaco había aumentado, y él sabía perfectamente por qué, después de todo ya llevaba dos años cayéndose muerto por ese ojiambar.

—¿Por qué no te agarraste?, estúpido —trató de relajar el ambiente, y como Baji es Baji, solo pensaba en la violencia, en este caso, de palabras, a pesar de querer lanzarle florecitas, pero no estaba en él esa forma de ser.

—No avisaste —respondió, con los ojos en blanco, odiando que había arruinando el ambiente, pero de pronto recordando que solo tenían trece años, "amigos, solo amigos" se repetía, "por ahora".

Después de algunos minutos se detuvieron frente a un parque bastante grande, y por ende, muy transitado, había personas por todos lados, y ellos observaron desde su posición las motocicletas de sus amigos a un lado de la calle, luego los localizaron con la mirada, estaban todos sentados en unos bancos bastante cerca.

Kazutora apartó sus brazos de encima del pelinegro, este solo comenzando a bajarse junto a su amigo, en el fondo de su pecho de pronto sintiendo un vacío, y él sabía por qué.

Ya no tenerle tan cerca.

—No es posible, ¿ustedes llegando temprano?, Pachin, ¿qué horas son? —Mitsuya se apresuró a preguntar, viendo sorprendido como caminaban aquellos pelinegros hacia ellos, deteniéndose en frente.

—Tres y cincuentaiocho.

—¿Estoy despierto? —mencionó sin creerlo.

—¿Quieres que te haga saberlo? —bromeó Baji, tronando sus dedos delante de su pecho, con una gran sonrisa en sus labios, ellos riendo, Mitsuya solo retrocediendo unos pasos con los ojos en blanco.

—No gracias.

—¿Dónde están Mikey y Draken? —preguntó Pachin, y Kazutora le miró, no tan sorprendido de verle pues en su futuro habían hablado varias veces, pero aún así no pudo evitar quedarse viéndole por unos segundos.

—Vienen en camino.

—¡Allí están! —Mitsuya le siguió a Baji, entonces todos voltearon a ver a aquellos dos rubios que caminaban con un aura tranquila, bueno, al menos eso aparentaban, porque Mikey solo era caos.

Kazutora más que nadie lo sabía.

—¡Hola chicos!~ —saludó el más bajo de todos, llegando con una linda sonrisa en su rostro, bastante tierna para venir de un chico que en el futuro sería el jefe de la mafia más grande de Tokyo, y Kazutora solo pensó lo feliz que se pondría Takemichi si viese que él sonreía ahora, porque aquel ojiazul luchaba por aunque sea lograr conseguir una sonrisa en aquel peliblanco.

—Mikey —saludaron también.

Después de algunas conversaciones Kazutora y Baji pasaron a un baño público y se cambiaron, pues todos llevaban el uniforme de Toman menos ellos.

Pronto decidieron tomarse una fotografía para recordar el momento, y todos parecieron muy ilusionados al ver la sorpresa que les había mencionado Mitsuya, una gran bandera para representarlos. Realizaron la foto en media calle a pesar de que Mitsuya les regañó, diciéndoles que era peligroso, pero nada le ganaba en terquedad a Mikey.

Después de más o menos una hora se despidieron, pues cada cual tenía cosas pendientes que hacer.

Kazutora ahora estaba frente a la casa de Baji, con las manos en sus bolsillos, debían despedirse a pesar de que era lo menos que quería, pero si no regresaba a casa lo matarían... literalmente.

—Te dije que puedo llevarte.

—Te dije que puedo ir solo —devolvió el tatuado, viendo hacia el suelo, Baji solo mirándole extrañado, porque se había comportado tan fuera de lo normal ese día, y ahora solo veía preocupación en sus ojos.

No le gustaba verle así.

—Bueno, adiós —se dió la vuelta, en orgullo nadie le ganaba, por más que quisiese preguntarle o darle un fuerte abrazo no podía, y nadie se lo creería, tanto orgullo en un cuerpo tan pequeño.

—Mmm, si..., que tengas buena noche —le sonrió a sus espaldas, moviendo su mano de un lado a otro, luego guiando sus pasos a la calle, y Baji dió una última mirada atrás antes de cerrar la puerta, pero solo logró ver el filo de sus cabellos tras las rejas.

Más tarde, el pequeño de ojos ámbar se hallaba fuera del complejo de edificios donde residía su padre, sus piernas parecían temblar y soltaba el aire a borbotones, porque él era maduro de mente, y si fuese en su línea temporal no temiera de eso, pero su cuerpo era pequeño y frágil, eso era de lo que temía.

Se adentró en el lugar, con la cabeza baja, logrando ver solo de reojo a las personas sentadas frente a sus apartamentos, muchas ebrias, otras discutiendo, otras fumando, y sabía de sobra que ese olor era más que eso, porque muchas veces interactuó con la droga, y en realidad no le traían muy buenos recuerdos, al menos no en su adolescencia.

Si mal no recordaba, el número de su apartamento era el 205, y la localizó, se paró frente a ella, viéndole fijamente, no escuchaba ningún ruido en el interior, y eso era extraño, muy extraño.

Dudó al poner su mano con suavidad sobre el picaporte, y sus temblores ya era evidentes, pues aquel metal sonaba al ser movido solo milímetros una y otra vez.

Cuando por fin comenzó a abrirla sonó un poco, chirridos de algún que otro óxido.

Y entró completo, con algunos golpes pero que por suerte no llegó antes para recibirlos, aunque cuando salió de aquel lugar, ya no podría decir lo mismo.

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